De pronto la voz
convulsionando en sol por el filo del templo,
inmóvil, devorando la intacta perfección del amor
mujer tejiendo el gris en la vanidad de las notas,
¿quién me ha golpeado tan exacta
en mi propia existencia de certezas
como incapaz en el pájaro callado de felicidad?
me duelo iluminada y laberinto,
la claridad entreabierta
es el hombre que duerme
al otro lado de la altísima transparencia,
el que abre las alas y me sacude el cuerpo
sin yo saber besar la culpa,
tan duro
tan de aquí el milagro,
que ni los dioses atisbaron
que el color de los ojos portaba la ceguera
de no querer mirar más adentro.